Ocho horas de trabajo

 

La celebración del 1 de Mayo nace con la historia de los “mártires de Chicago”

 

 

Al igual que ocurre en otras conmemoraciones como el día de la mujer o el día del orgullo la celebración del Día del Trabajo nace con una tragedia y es que lo que iba a ser una huelga pacífica pidiendo una reducción en la jornada laboral se transforma en una carga policial que termina con seis muertos y ocho obreros acusados de instigar la protesta que morirán tras un juicio político.

Y es que la historia del día más importante de la lucha obrera tiene su origen en el Chicago del siglo XIX . Antes de la Segunda Revolución Industrial, Chicago comenzó a consolidarse como un centro de desarrollo industrial en Estados Unidos, impulsado por la innovación en los medios de transporte, especialmente con la construcción de la línea de ferrocarril Galena and Chicago Union Road. Esta infraestructura facilitó la llegada de trabajadores de áreas periféricas y de inmigrantes en busca de empleo, lo que resultó en un aumento significativo de la población de Illinois, que se triplicó en una década, pasando de 160,000 a 480,000 habitantes, y convirtiendo la capital en la segunda ciudad más poblada de EEUU.

El crecimiento acelerado de la población y la industrialización llevaron a una crisis económica, lo que a su vez generó un descontento creciente entre los trabajadores. Las condiciones laborales eran precarias, con jornadas de trabajo que podían extenderse hasta 16 horas y salarios muy bajos. Ante esta situación, los trabajadores comenzaron a organizarse para exigir mejores condiciones laborales.

 


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Las primeras organizaciones protosindicales nacieron en Reino Unido en forma de clubes y asociaciones. Apoyaban las protestas de la burguesía que pedían más democracia en el país. La Corresponding Society de Londres fue fundada en 1792 siguiendo las ideas que acababan de triunfar en Francia, si bien sus propuestas eran mucho más moderadas que las de la Revolución Francesa. Aun así, en 1799 el Parlamento británico ilegalizó esta Sociedad junto a otras que habían nacido por todo el país.

Este protosindicalismo llegaba a Estados Unidos un siglo más tarde, y ganaba fuerza en los años 60 del siglo XIX, tanto es así que, tras el asesinato de Abraham Lincoln, su vicepresidente Andrew Johnson promulga la llamada Ley Ingersoll, que establece jornadas de ocho horas en las empresas del país. Eso sí, a pesar de ser una Ley Federal, no era de obligado cumplimiento, pues incorporaba cláusulas que permitían aumentar las jornadas laborales hasta las 18 horas.

Evidentemente, la Ley no contento a nadie, aumentando el nivel de las protestas y llevando a que el IV Congreso de la Federación Americana del Trabajo aprobase, en 1884, y en Chicago dar un ultimátum a las empresas; si el 1 de mayo de 1886 todas las empresas del país no aplicaban la jornada laboral de ocho horas, habría huelga general indefinida en Estados Unidos.

No todos las agrupaciones de trabajadores apoyaron esta medida, desvinculándose de ellos los llamados Caballeros del Trabajo, que optaban por medidas menos radicales y ya habían organizado un desfile en Nueva York para reivindicar los derechos de los trabajadores que se celebraría el primer lunes de septiembre de cada año.

Volviendo a Chicago, la demanda de una jornada laboral de ocho horas se convirtió en un lema central del movimiento obrero. La frase "ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para lo que nos de la gana" resumía las aspiraciones de los trabajadores.

El día de la huelga 200.000 empleados de la ciudad dejaron sus puestos de trabajo, iniciando marchas y manifestaciones pacíficas, y convirtiendo la fábrica de maquinaria McCormick en el símbolo de la protesta.

Pero a pesar de que las protestas eran pacíficas, estos obreros, la inmensa mayoría inmigrantes, no contaban con el apoyo de la opinión pública, por lo que fue muy fácil para el poder disolverlas con una fortísima represión policial que dejó varios muertos y heridos.

Tres días más tarde, el 4 de mayo, y con la huelga todavía activa, se celebró una nueva concentración secundada por más de veinte mil personas que tomaron Haymarket Square. Tras la disolución de la concentración, alguien lanzó un artefacto explosivo contra la policía, matando a un oficial y provocando que los agentes abriesen fuego contra la multitud, lo que convertía la protesta en un baño de sangre.

Como consecuencia de lo ocurrido, el alcalde de Chicago declaraba el estado de sitio deteniendo a buena parte de los trabajadores y exigiendo represalias contra ellos. Ocho líderes anarquistas fueron acusados de conspiración, a pesar de que no se pudo demostrar su culpabilidad en el lanzamiento de la bomba.

De ellos, cinco fueron condenados a muerte, mientras que tres recibieron penas de prisión. Las ejecuciones se llevaron a cabo el 11 de noviembre de 1887, y se convirtieron en un símbolo de la represión contra el movimiento obrero. La ejecución de Louis Lingg, quien se suicidó en su celda, fue particularmente trágica y resonó en la memoria colectiva del movimiento.

A raíz de la revuelta de Haymarket y la lucha de los trabajadores, en 1889, la Segunda Internacional declaró el 1 de mayo como el Día Internacional del Trabajo. Francia proclamó oficialmente la fecha,  y esta conmemoración se fue extendiendo a otros países, convirtiéndose en una fecha emblemática para la lucha por los derechos laborales.

En 1893, el gobernador de Illinois, John Peter Altgeld, indultó a los tres supervivientes del juicio, reconociendo que el proceso había estado viciado por la histeria y la manipulación política.

La Segunda Internacional jugó un papel crucial en la promoción del Primero de Mayo como un día festivo. En 1904, se instó a todos los partidos y sindicatos a luchar por la jornada de ocho horas, y se estableció el 1 de mayo como un día de huelga y celebración. En Europa, se lograron avances significativos, como la ratificación de la jornada de ocho horas en Francia y España.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el Primero de Mayo se convirtió en un día de gran celebración en muchos países socialistas, con desfiles y manifestaciones. Sin embargo, el país donde se produjeron los hechos no celebra el 1 de mayo. Así Estados Unidos y Canadá celebran el Día del Trabajo, “Labour Day” el primer lunes de septiembre, recordando la fecha que instauraron los Caballeros del Trabajo en 1882.

El presidente Grover Cleveland, al darse cuenta de que muchos trabajadores no se identificaban con los eventos de Chicago, decidió establecer el 'Labor Day' en la fecha del desfile de septiembre. Esta decisión buscaba crear un día de celebración que unificara a los trabajadores sin la carga de las tensiones asociadas a los sucesos de Haymarket.

Sin embargo no fue en Estados Unidos donde nació este Labour Day, sino en la vecina Canadá. Un evento clave en la historia del Día del Trabajo ocurrió en abril de 1872, cuando se llevó a cabo una manifestación obrera en Toronto. Esta manifestación tenía como objetivo apoyar a los impresores que estaban en huelga y resultó ser un punto de inflexión importante, ya que condujo a la promulgación de la Ley de Sindicatos. Esta ley fue fundamental, ya que confirmaba la legalidad de los sindicatos en Canadá, otorgando un marco legal para la organización de los trabajadores.

Diez años después de la manifestación de 1872, el 22 de julio de 1882, se realizó una gran celebración obrera en Toronto. Este evento llamó la atención de Peter J. McGuire, un destacado líder obrero estadounidense, quien organizó un desfile similar en Nueva York el 5 de septiembre de ese mismo año. A partir de este momento, los sindicatos, especialmente aquellos asociados a los Caballeros del Trabajo y a la Federación Americana del Trabajo, comenzaron a promover desfiles y festivales en el primer lunes de septiembre, estableciendo así una tradición que se consolidaría en ambos países.

En cuanto a España, tres años después de los sucesos de Chicago el Congreso Obrero Socialista declaraba el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores en memoria de los “mártires de Chicago”, y en homenaje a la lucha por la jornada de ocho horas.

España celebró su primer Día del Trabajador el 1 de mayo de 1889, adoptando la celebración de dos maneras distintas: los socialistas promovieron una "fiesta del trabajo" pacífica, mientras que los anarquistas optaron por una huelga revolucionaria. En Madrid, se llevaron a cabo dos manifestaciones separadas, una socialista y otra anarquista, que aunque no resultaron en conflictos graves, sí llevaron a disturbios en otras regiones del país, como el País Vasco, donde hasta se llegó a declarar el Estado de Guerra.

Tras el éxito inicial del Primero de Mayo, el gobierno español prohibió las manifestaciones públicas debido a la violencia asociada con las celebraciones. Esto resultó en un Primero de Mayo de 1890 menos animado, donde los socialistas se limitaron a celebraciones privadas y los anarquistas mantuvieron su huelga. A medida que avanzaban los años, los socialistas comenzaron a centrarse en luchas por derechos laborales más que en la revolución social.

El Día del Trabajador no fue declarado fiesta nacional hasta 1931, bajo la Segunda República, gracias a la propuesta de Largo Caballero, Ministro de Trabajo. Esta declaración permitió que las reivindicaciones de los trabajadores fueran directamente dirigidas al gobierno.

Con el inicio de la Guerra Civil Española, Franco abolió la fiesta en 1937 y estableció un nuevo día dedicado al "Trabajo Nacional". Durante el franquismo, las organizaciones obreras operaron en la clandestinidad, y aunque se realizaron algunas protestas, no lograron mejoras significativas.

En 1955, el Papa Pío XII declaró el 1 de mayo como la fiesta de San José Obrero, lo que llevó a Franco a reintegrar la jornada, aunque las manifestaciones se transformaron en misas y exhibiciones deportivas.

Los exiliados españoles continuaron celebrando el Día del Trabajador en el extranjero, utilizando la ocasión para denunciar el régimen de Franco. En Marsella, Francia, se organizó una de las manifestaciones más notables en 1954.

Tras la muerte de Franco en 1975, el Primero de Mayo comenzó a celebrarse con mayor libertad. En 1977, miles de trabajadores pudieron protestar en las calles de Madrid, marcando el renacer del Día del Trabajador en España. En 1978, se legalizó nuevamente como fiesta nacional, lo que permitió a los sindicatos organizar manifestaciones más efectivas y pacíficas.

Desde su restauración como día festivo, las manifestaciones del Día del Trabajador se han centrado en las necesidades inmediatas de la clase obrera, y se han convertido en eventos organizados que buscan presentar demandas concretas al gobierno.

 

Samuel Román

eltelescopiodigital.com