Nobel: Los premios que cambiaron la humanidad

 

 

En sus 125 años de historia ocho españoles han conseguido el Premio Nobel

 

 

Cuando Alfred Nobel decidió destinar su fortuna a crear unos premios para reconocer a quienes “hubieran conferido el mayor beneficio a la humanidad”, difícilmente imaginó que aquel gesto —casi secreto, casi íntimo— acabaría erigiéndose en una de las instituciones más influyentes del planeta.

Desde 1901, los Premios Nobel han consolidado un prestigio capaz de trascender fronteras, ideologías y generaciones. Son, en cierto modo, un relato paralelo de la historia contemporánea: una sucesión de avances científicos, movimientos sociales, revoluciones culturales y talentos que han cambiado el curso del mundo.

 

Entre esos nombres figuran también varios españoles que, desde disciplinas distintas, han contribuido a situar a España en el mapa del conocimiento y la creación literaria. Una presencia irregular, sí, pero llena de momentos brillantes que revelan tanto el potencial intelectual del país como sus desafíos estructurales.

 

Alfred Nobel nació en Estocolmo en 1833 en una familia que combinaba la inventiva con la inestabilidad económica. Sus primeros años transcurrieron entre Suecia y Rusia, donde su padre, Immanuel Nobel, prosperó como ingeniero al servicio del ejército zarista. Aquella mezcla de inquietud técnica y necesidad constante marcó la personalidad del joven Alfred, que pronto destacó por un talento precoz para las ciencias y las humanidades.

 

Tras formarse en distintas capitales europeas, Nobel comenzó a interesarse por la nitroglicerina, un compuesto tan prometedor como peligroso. Sus intentos por domarla estuvieron plagados de accidentes, incluyendo la explosión que acabó con la vida de su hermano Emil. Pero en 1867, Nobel encontró la solución: mezclarla con una tierra arcillosa llamada diatomita. Había nacido la dinamita, un invento que revolucionó la ingeniería moderna y que lo convirtió en multimillonario.

 


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La fama, sin embargo, vino acompañada de un debate moral que lo acompañó hasta el final. En 1888, al morir su hermano Ludvig, un periódico francés se confundió y publicó un obituario de Alfred con un titular demoledor: “El mercader de la muerte ha muerto”. El impacto fue profundo. Nobel comprendió que su nombre corría el riesgo de quedar asociado a la destrucción y no al progreso.

 

Ese episodio fue decisivo en la redacción de su testamento, firmado en 1895, donde decidió que su fortuna premiara la investigación científica, la literatura y la paz. Nobel moriría al año siguiente en San Remo, sin saber si su última voluntad se cumpliría. Tras meses de disputas legales y reticencias familiares, la Fundación Nobel echó a andar y un diez de diciembre de 1901, aniversario de la muerte de Nobel, se celebró la primera entrega de premios.

 

Los Nobel originales premiaban cinco áreas: Física, Química, Medicina o Fisiología, Literatura y la Paz. Más adelante, en 1968, el Banco de Suecia crearía el Premio en Ciencias Económicas en memoria del inventor. Todos ellos se entregan en una ceremonia en Estocolmo, menos el Nobel de la Paz, que se entrega en Oslo.

 

A lo largo de más de cien años, los Premios Nobel han consagrado a personajes que no solo transformaron sus disciplinas, sino que modelaron la cultura y la ciencia globales. Algunos nombres destacan de forma especial en la memoria colectiva.

 

Marie Curie (Nobel de Física, 1903; Nobel de Química, 1911) Marie Curie no solo fue la primera mujer en recibir un Nobel, sino también la primera (y única) persona en obtener dos galardones científicos en ramas distintas. Su vida es la historia de una determinación extraordinaria: desde su llegada a París sin apenas recursos hasta su consolidación como una de las mentes más brillantes de la física moderna.

 

Curie descubrió los elementos polonio y radio, investigó los efectos de la radiactividad —término que ella misma acuñó— y luchó por abrir camino a generaciones de científicas en un mundo dominado por hombres. Su trabajo transformó la medicina, permitió desarrollar tratamientos contra el cáncer y sentó las bases de la física nuclear. A pesar de su enorme prestigio, mantuvo siempre una vida austera y entregada por completo a la investigación, incluso en los años más duros de la Primera Guerra Mundial, cuando instaló unidades móviles de rayos X en el frente para ayudar a los soldados heridos.

 

Albert Einstein (Nobel de Física, 1921) Einstein es quizá el rostro más reconocible de la ciencia del siglo XX, pero su Nobel no lo recibió por su famosa teoría de la relatividad, sino por demostrar el efecto fotoeléctrico, una pieza clave en el desarrollo de la física cuántica. Su carrera es un ejemplo de creatividad científica y valentía intelectual: desafió las concepciones tradicionales del universo, redefinió el espacio y el tiempo y abrió caminos que aún hoy siguen inspirando a físicos y filósofos.

 

Más allá de su faceta científica, Einstein se convirtió en un referente moral. Pacifista convencido, denunció los peligros del fascismo, defendió los derechos humanos y participó activamente en debates políticos y éticos, convirtiéndose en un icono cultural más allá de las aulas y los laboratorios.

 

Alexander Fleming, Ernst Boris Chain y Howard Florey (Nobel de Medicina, 1945) El descubrimiento y desarrollo de la penicilina es, sin exagerar, uno de los hitos más significativos en la historia de la medicina. Fleming identificó en 1928 las propiedades antibacterianas de un moho accidental en su laboratorio, pero fueron Chain y Florey quienes, años después, lograron aislar, purificar y producir el antibiótico a gran escala.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, la penicilina salvó miles de vidas, redujo drásticamente las muertes por infecciones y marcó el inicio de la era moderna de los antibióticos. Es uno de esos descubrimientos que no solo cambian la historia científica, sino la historia humana. El trabajo conjunto de estos tres investigadores es un ejemplo perfecto del potencial de la ciencia colaborativa.

 

Martin Luther King Jr. (Nobel de la Paz, 1964) Pastor baptista, orador prodigioso y figura central del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, Martin Luther King Jr. transformó la lucha por la igualdad racial con una estrategia basada en la no violencia y la resistencia pacífica. Su Nobel reconoció una labor que ya había sacudido los cimientos sociales y políticos del país: las marchas por los derechos civiles, el boicot a los autobuses de Montgomery y su célebre discurso I Have a Dream, que todavía hoy sigue siendo una referencia moral universal.

 

King entendía la paz como justicia, y la justicia como igualdad efectiva. Aunque fue asesinado en 1968, su legado permanece como uno de los pilares éticos del siglo XX y un recordatorio permanente del poder de la acción colectiva.

 

James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins (Nobel de Medicina, 1962) Estos tres científicos descifraron la estructura del ADN, el código fundamental que define la vida tal como la conocemos. Su modelo de doble hélice —publicado en 1953— abrió una nueva era para la biología molecular, la genética y la medicina moderna. La posibilidad de comprender, manipular y estudiar la información genética ha permitido avances que van desde la ingeniería genética hasta los tratamientos personalizados en medicina.

 

Aunque su logro es incuestionable, la historia es también conocida por la polémica relacionada con Rosalind Franklin, cuyas imágenes de difracción de rayos X fueron esenciales para su descubrimiento y cuyo papel fue relegado durante décadas. El Nobel, aun con sus luces y sombras, marcó un antes y un después en el conocimiento científico.

 

Nelson Mandela y Frederik de Klerk (Nobel de la Paz, 1993) El fin del apartheid en Sudáfrica no fue un proceso sencillo. Fue un periodo marcado por tensiones, violencia y negociaciones extremadamente delicadas. El Nobel otorgado a Mandela y de Klerk reconoció justamente esa compleja transición hacia una democracia multirracial.

 

Mandela, tras 27 años en prisión, emergió como un líder reconciliador, símbolo de lucha y dignidad. De Klerk, presidente sudafricano en aquel momento, asumió el riesgo político de iniciar un proceso de reformas que desmanteló el régimen racista desde dentro. Juntos protagonizaron uno de los ejemplos más importantes de negociación política pacífica del siglo XX.

 

Malala Yousafzai (Nobel de la Paz, 2014) Con tan solo 17 años, Malala se convirtió en la persona más joven en recibir un Nobel. Su historia comenzó en el valle del Swat (Pakistán), donde, siendo apenas una niña, empezó a denunciar públicamente la prohibición de estudiar impuesta por los talibanes. En 2012 sufrió un atentado que casi le costó la vida, pero su recuperación la catapultó a un liderazgo global en la defensa del derecho a la educación, especialmente para las niñas en zonas de conflicto.

 

Malala se ha convertido en un símbolo universal de resistencia pacífica y dignidad. Su voz trasciende fronteras y su activismo continúa desde la Fundación Malala, donde impulsa proyectos educativos en todo el mundo.

 

Bob Dylan (Nobel de Literatura, 2016) El Nobel de Dylan generó debate, pero su impacto en la cultura contemporánea es indiscutible. Su obra —que mezcla música, poesía, crónica social y tradición oral— reinventó la canción popular del siglo XX. Con letras cargadas de simbolismo, protesta, introspección y crítica política, Dylan rompió barreras entre géneros artísticos y llevó la música popular a un nivel literario nunca antes reconocido por la Academia Sueca.

 

Su premio abrió una pregunta fundamental: ¿qué entendemos por literatura? Su figura demostró que la palabra, cantada o escrita, puede tener la misma fuerza estética y narrativa.

 

España no figura entre los países con mayor número de premiados, pero los ocho galardonados que ha aportado lo han hecho desde una relevancia indiscutible. Su presencia dibuja un recorrido que va del esplendor literario de principios del siglo XX a la consolidación de la ciencia española en el ámbito internacional.

 

José Echegaray (Literatura, 1904) Fue el primer español —y uno de los primeros europeos continentales— en levantar un Nobel de Literatura. Ingeniero, matemático y dramaturgo, Echegaray representaba un perfil polifacético típico del siglo XIX. Su teatro moralizante y sentimental, aunque hoy pueda parecer anticuado, tuvo una enorme repercusión internacional. El premio, que compartió con el poeta provenzal Frédéric Mistral, fue también un reconocimiento implícito a la tradición literaria española.

 

Santiago Ramón y Cajal (Medicina, 1906) Probablemente el Nobel español más trascendente en términos científicos. Ramón y Cajal, considerado el padre de la neurociencia moderna, demostró que el sistema nervioso está formado por células individuales, las neuronas, en lugar de una red continua como se creía entonces. Su teoría de la neurona transformó para siempre la medicina y la biología. Es, aún hoy, uno de los científicos más citados de la historia.

 

Jacinto Benavente (Literatura, 1922) Dramaturgo brillante, maestro del diálogo y crítico afilado de la sociedad de su tiempo, Benavente consolidó el prestigio internacional de la literatura española durante la primera mitad del siglo XX. Su teatro, más sutil y psicológico que el de Echegaray, marcó una transición hacia formas más modernas de representación.

 

Juan Ramón Jiménez (Literatura, 1956) Autor de Platero y yo y figura esencial de la Generación del 98 y del posterior desarrollo de la poesía pura, Juan Ramón Jiménez recibió el premio en plena etapa de exilio. Su galardón fue percibido como una reivindicación de la cultura republicana y de la tradición literaria española, entonces dividida por las secuelas de la Guerra Civil. Su búsqueda constante de la belleza y su disciplina poética lo consolidaron como una de las grandes voces del español.

 

Severo Ochoa (Medicina, 1959) Su contribución a la síntesis del ARN y el desciframiento del código genético lo situó entre los grandes biólogos moleculares del siglo XX. Aunque desarrolló la mayor parte de su carrera en Estados Unidos, siempre reivindicó su identidad científica formada en España. Su Nobel simboliza el potencial científico del país, incluso en contextos de emigración forzada por falta de recursos.

 

Vicente Aleixandre (Literatura, 1977) Poeta de la Generación del 27, Aleixandre recibió el premio en plena Transición española, lo que otorgó al galardón una dimensión política y simbólica. Su obra, cargada de imágenes sensoriales y existenciales, fue reconocida como una de las más influyentes del siglo XX en lengua española.

 

Camilo José Cela (Literatura, 1989) Figura polémica y prolífica, Cela representó la modernidad narrativa española tras la Guerra Civil. Desde La familia de Pascual Duarte hasta La colmena, su obra exploró con crudeza y humor negras las contradicciones de la sociedad española. Su Nobel consolidó el regreso de España al primer plano cultural internacional tras décadas de aislamiento.

 

Mario Vargas Llosa (Literatura, 2010) Aunque nacido en Perú, Vargas Llosa obtuvo la nacionalidad española en 1993 y fue reconocido por la Academia Sueca como autor hispano-peruano. Su premio también se interpreta como un reconocimiento a la vigencia del español como lengua literaria universal.

 

De los ocho Nobel españoles, seis pertenecen a la literatura. Hoy, sin embargo, la ciencia española vive un momento de crecimiento, con avances en biomedicina, astrofísica y tecnología que apuntan a un futuro más equilibrado.

 

Los Premios Nobel no son solo un reconocimiento: son un termómetro del progreso humano. Cada galardonado encierra una historia que, en mayor o menor medida, ha contribuido a moldear el mundo.

 

España, con su pequeña pero brillante nómina de premiados, forma parte de ese relato global. Y Alfred Nobel, con su testamento escrito entre dudas y convicciones, legó una herramienta única para celebrar aquello que hace avanzar a la humanidad: el talento, la creatividad y el afán de conocimiento.

 

Samuel Román

eltelescopiodigital.com