Tribeca Bistro: cocina clásica europea con alma joven
Tribeca Bistro: cocina clásica europea con alma joven. A escasos metros de Cibeles y la Puerta de Alcalá, nace un nuevo concepto culinario que busca recuperar la cocina clásica europea y acercarla a las nuevas generaciones a través de una propuesta bien ejecutada, cuidada en su presentación, con precios sostenidos y en un ambiente animado, bullicioso, al más puro estilo neoyorquino
Tribeca Bistro: cocina clásica europea con alma joven. En Madrid, donde la oferta gastronómica es tan variada como inabarcable, hay aperturas que destacan no por su estridencia, sino por su convicción. Tribeca Bistro es una de ellas. Inaugurado hace apenas dos meses, este restaurante, rebosante de talento joven, está dando que hablar con un concepto bien definido que recupera la cocina clásica europea, esa que sabe a hogar, a mantequilla, a buen caldo y a técnica impecable, y la acerca a un público contemporáneo. Y lo hace sin artificios pero con mucho oficio, desde un espacio adaptado a todo tipo de públicos, animado y cosmopolita, con guiños al bullicio vibrante de los bistrós neoyorquinos, y con una filosofía que apuesta por el sabor, el buen servicio y el disfrute sin pretensiones.
UN PROYECTO CON ALMA
Como ocurre siempre con los proyectos que transmiten y emocionan, Tribeca Bistro es el resultado de una pasión y de un sueño largamente meditado. Es el sueño de Diego Santa Rosa, un joven cocinero mexicano que siempre tuvo claro que su vida estaría ligada a la hostelería. Desde sus primeros pasos en Ciudad de México hasta su experiencia en el País Vasco –donde se formó en la prestigiosa escuela de Luis Irizar y trabajó en restaurantes como 887, Casa Urola o Aitana– su camino ha estado guiado por la pasión, el esfuerzo y la vocación. Hoy, convertido en empresario hostelero, ese sueño se materializa en un proyecto que respira emoción y compromiso. A su lado, como socio clave, está Diego Amigo, licenciado en Administración de la Hospitalidad por la Universidad Iberoamericana, quien descubrió su amor por la industria de alimentos y bebidas durante sus años de formación. Con experiencia como inversionista en restaurantes y fundador de una innovadora marca de vinos enlatados, Diego Amigo aporta visión empresarial y una apuesta decidida por la creatividad y la calidad. Junto al talento culinario del chef catalán Pepe Catà, de 28 años, los tres han dado vida a un bistró que no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma.
DISEÑADO PARA DISFRUTAR
El nombre del restaurante es toda una declaración de intenciones. En el barrio neoyorquino de Tribeca abundan los bistrós que reinterpretan la cocina europea con desenfado y respeto. Diego ha querido replicar ese espíritu: platos clásicos, elaborados con mimo y con rigor técnico, pero debidamente actualizados y presentados en un entorno vibrante. Y es que, pese a la elegancia que se respira en cada detalle –decoración, vajilla, emplatados en sala…– y aunque el recetario burgués marca la identidad de la casa, este es un lugar pensado para todos los días y para todos los públicos: el ticket medio ronda los 45-50 €, cuenta con un menú del día muy competitivo para la zona, a 17,50 €, y toda la carta –incluidos los platos principales– está concebida para compartir. El propio Diego recomienda pedir unos cinco platos para dos personas: «algo para picar, dos entrantes y un principal. Y, a partir de ahí, lo que el cuerpo pida».
CLASICISMO BIEN ENTENDIDO
Consciente de que las modas son pasajeras, Diego ha apostado por recuperar platos del recetario europeo tradicional y acercarlos a un público amplio: desde ejecutivos de la zona hasta familias, jóvenes que quedan con amigos o parejas que buscan sorprender con una cena especial. Recetas como el lenguado meunière, fresquísimo, perfectamente ejecutado y terminado en sala con mantequilla avellanada y perejil; el steak tartar, picado al momento y con un sutil toque de chipotle; los mejillones a la marinera servidos al estilo belga, con patatas fritas; el roast beef con parmentier sedoso y tres salsas; o la chuleta de cerdo empanada, inspirada en la cotoletta alla milanese, pero más gruesa y jugosa. Muchos de los platos se terminan a la vista del cliente, como el steak tartar, el lenguado o una memorable mousse de chocolate, suave, esponjosa, deliciosa y con un toque de autor, ya que se corona con un chorro de AOVE y escamas de sal, al estilo catalán.
COCINA DE PRODUCTO CON UN TOQUE DE AUTOR
Pepe Catà lidera la cocina con la madurez de quien ha aprendido en grandes casas, pero sin dejarse arrastrar por la grandilocuencia. En su trayectoria desatacan su paso por The Jane, del prestigioso chef belga Nick Bril, y Miramar (Llançà, Girona), el dos estrellas Michelin de Paco Pérez, su experiencia internacional como chef privado en villas y embarcaciones de todo el mundo y su último destino, el 887 en Donostia, donde conoció a Santa Rosa, quien le transmitió su entusiasmo este proyecto. «He venido a Madrid por él», confiesa.
Su propuesta es una cocina de producto sin artificios, honesta y precisa, donde el sabor es siempre la prioridad. Trabaja con materias primas eminentemente nacionales: pescados gallegos que le envía directamente un percebeiro de confianza, carnes seleccionadas de Norteños y verduras fresquísimas de la huerta de Aranjuez. Los platos son sencillos en apariencia, pero esconden un gran trabajo detrás, con elaboraciones depuradas y un sutil toque personal. Entre las más destacadas –amén de las ya mencionadas– se encuentran el tartar de gamba con salsa americana, puro sabor a mar; la ostra Rockefeller, reinterpretación de un clásico de Nueva Orleans; la hamburguesa Café de París, servida en pan brioche y bañada en la mítica salsa de mantequilla especiada; y la costilla glaseada con demi-glace y puré de apio nabo. Así como propuestas frescas de temporada como el tomate feo de Tudela aliñado o el sashimi de lubina con vinagreta de naranja sanguina y pomelo. No faltan tampoco guiños personales como los puerros con romesco, que remiten a sus raíces catalanas, o la lubina a la vasca, un homenaje a la conexión con el norte que comparte con Diego. En los postres, brillan, además de la mousse de chocolate, el soufflé Alaska, el baba al ron y el lemon pie.
UN SERVICIO JOVEN, ATENTO Y CON VOCACIÓN
Tribeca Bistro se sostiene sobre tres pilares: calidad en el producto, cocina de toda la vida y excelencia en el servicio. Por eso su director de sala, Javier Utrera, de origen venezolano y 27 años, es también una pieza clave del proyecto. Su filosofía es clara: hacer que la gente se sienta bien comiendo. «Si el cliente se va feliz y con una sonrisa, es que lo hemos conseguido», afirma. Su energía positiva impregna al equipo, joven, desenvuelto, cercano y muy profesional que actúa no con servilismos ni rigideces sino con cariño, empatía y respeto. Hay, además, y una voluntad firme de recuperar algo que la hostelería, en su carrera hacia la sofisticación, ha ido perdiendo: el trato personalizado. Diego lo tiene claro: «queremos conocer a nuestros clientes, saber cómo se llaman, qué les gusta y qué mesa prefieren».
AMBIENTE Y RITMO NEOYORQUINOS
El restaurante se reparte en dos plantas. Abajo, bancadas corridas, mesas altas y un bullicio alegre que no molesta, sino que acompaña. Arriba, mesas redondas más grandes, ideales para familias y grupos. La decoración, firmada por Néstor Marcos, transmite calidez y vitalidad a través de luz natural, materiales nobles y detalles sutiles que crean una atmósfera acogedora y funcional, pensada para conversar, compartir y disfrutar. Y es que Tribeca Bistro respira Nueva York, no solo por el nombre y el ambiente animado, sino por su ritmo. Una playlist que acompaña el día y sube el tono por la noche, cócteles clásicos disponibles a cualquier hora y una dinámica fluida que invita a quedarse sin prisas. En definitiva, Tribeca Bistro no es solo un restaurante nuevo en Madrid. Es una declaración de principios. Es una cocina que no quiere impresionar, sino emocionar. Un lugar donde los platos saben a lo que tienen que saber y donde uno va a pasarlo bien.