Expedición Balmis: Cómo España vacunó a medio mundo

La primera expedición humanitaria de la historia expandió la vacuna contra la viruela

Aunque no sea excesivamente conocida, la historia de las pandemias y, sobre todo, su superación, es también la historia del progreso humano. Gracias a las innovaciones sanitarias, científicas y asistenciales creadas para hacer frente a los virus más terribles, la humanidad ha logrado dar pasos adelante. Y uno de los hitos más importantes en la lucha contra las pandemias tiene nombre español.

Así Carlos IV sufragó una gigantesca operación humanitaria destinada, en principio, a llevar la vacuna contra la viruela a los territorios de la Corona en ultramar, pero que la decisión del médico de cámara del monarca convirtió en la primera campaña de vacunación masiva de la historia.

La viruela llevaba con los humanos desde, al menos, el 10.000 AC, y solía asolar las poblaciones de forma periódica. Pero será tras las Cruzadas cuando haga acto de presencia en Europa. En el siglo XIII asolará Reino Unido y en el XV hará lo propio con Alemania. En el siglo XVIII sus efectos en el Viejo Continente serán devastadores, provocando unas 400.000 muertes anuales en Europa. Además, el 30% de aquellos que la sufrían, y sobrevivían, quedaban ciegos de por vida. Se estima que el 10% de la población europea falleció durante el brote.

La enfermedad, provocada por un virus, se caracterizaba por dejar pústulas y costras en sus víctimas, que, en los primeros años de las distintas oleadas, alcanzaban el 50% de la población. La viruela se cebaba especialmente con los bebés, hasta el punto de que algunas culturas no ponían nombre a sus niños hasta que habían pasado la terrible enfermedad. Los supervivientes tampoco olvidarían nunca los efectos, pues unas enormes cicatrices les recordaban permanentemente la presencia del virus. Por suerte hoy la viruela está erradicada (es la única enfermedad con potencial pandémico que se ha conseguido eliminar), pero los europeos de la Edad Media y la Ilustración no tuvieron esa suerte.

La viruela llegó como “regalo” de Europa al resto del mundo a través de la era de los descubrimientos del siglo XVI, provocando el práctico exterminio de los Guanches canarios, y auténticos estragos entre los mexicas, los incas o los aztecas, entre otros pueblos.

En España la viruela era conocida, al menos, desde el siglo IX (el médico persa Al-Razi, que vivió en Córdoba bajo el nombre de Razhes le dedicó un importante tratado), si bien los peores efectos llegarían durante el reinado de los primeros Borbones. Luis I fallecía como consecuencia de la enfermedad, y Carlos IV perdía a una hija y a un hermano por culpa del virus. Probablemente eso es lo que le lleva a financiar el experimento de su médico de cámara, Francisco Balmis, para vacunar a toda la población.

Y es que, tras ver cómo la enfermedad va diezmando la población, Europa se pone manos a la obra para encontrar un remedio, y será el que llevaba utilizándose en China desde, al menos, el siglo VI. La llamada “variolización” consistía en inocular la enfermedad a través de pústulas de pacientes que la habían desarrollado de forma no demasiado grave en pacientes sanos. Lógicamente cada organismo actuaba de forma diferente ante el virus, por lo que no era el mejor método, además de provocar terribles efectos secundarios antes de conseguir la inmunización.

La mujer del embajador inglés en Constantinopla, Lady Montagne, publica, a principios del siglo, un tratado sobre variolización que abre un intenso debate científico, y que se convierte en el único remedio contra la enfermedad.

A finales de siglo el médico Edward Jenner transforma la variolización en un método relativamente seguro que anticipará el comportamiento de la vacuna un siglo antes de que Pasteur la invente. Jenner observa como los ganaderos ingleses no enferman de viruela, y llega a la conclusión que es por el contacto directo que tienen con una cepa mucho más benigna del virus, que ataca a vacas y caballos. Jenner decide inocular el contenido de una de las pústulas de vaca infectada a un niño, James Phipps, que se convertirá en el primer vacunado de la historia (de hecho, cuando Pasteur crea el término “vacuna” lo hace en recuerdo de la proeza de Jenner). Tras Phipps, vacunado el 14 de mayo de 1796, los siguientes en vacunarse serán los propios hijos de Jenner.

Lógicamente, el remedio contra la viruela corrió como la pólvora, y un español, Francisco Balmis, decidió ponerlo en marcha antes incluso de que los resultados de Jenner se hiciesen públicos. En 1799 la vacuna se comenzó a distribuir por Madrid y Barcelona, a pesar de las reticencias de la población a ponérsela; y en 1802 el Rey declara la vacunación masiva, tres años antes de hacerla obligatoria, si bien hasta 1815 no se hará efectiva.

En el ínterin, Balmis decide llevar la vacuna al otro lado del charco, donde, si bien la idea de Jenner ya había llegado, lo había hecho de forma clandestina, no regulada y a precios muy altos que el común de los habitantes no podía permitirse.

El 30 de noviembre de 1803 el médico de cámara sale desde el puerto de La Coruña, acompañado por una tripulación cuando menos, especial: la Rectora de la Casa de Expósitos de la ciudad, isabel Zendal, una decena de médicos y enfermeros, y 22 niños huérfanos que se encargarían de llevar la vacuna al nuevo continente. Y es que, en los albores del XIX no existían los viales, por lo que los métodos de conservación de la vacuna eran más pedestres: los niños eran inoculados con la vacuna en tandas de dos para mantenerla viva hasta la llegada a América.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, o Expedición Balmis, llegó a Tenerife el 9 de diciembre para, tras inocular la vacuna a diez niños que se encargarían de diseminarla por las islas, emprender rumbo a América. En febrero llegaron a Puerto Rico, y un mes después a Venezuela, donde las autoridades locales colaboraron en la vacunación. En mayo la expedición se rompe en dos para tratar de abarcar el extenso continente. Hacia el sur se dirige el subdirector de la expedición, José Salvany; mientras que Balmis y Zendal ponen rumbo al norte.
El grupo del sur tendrá innumerables contratiempos, naufragando en el río Magdalena, y perdiendo a la mayoría de sus participantes durante el viaje; mientras que los del norte tendrán problemas de otra índole. Y es que, desde el descubrimiento de Jenner la vacuna se había convertido en un objeto de lujo y especulación en el Caribe, Centroamérica y el Norte, por lo que una vacunación gratuita no gustaba demasiado a los gestores del virreinato. Tanto es así que Balmis se vio obligado a comprar esclavos para expandir la vacuna por el continente ante la negativa de los padres a dejar vacunar a sus hijos. La oposición de los caciques locales la intentaron salvar creando las Juntas de Vacuna, organismos que, de forma totalmente extraoficial, se encargaban de vacunar a la población. Este método de las Juntas de Vacuna, nacido por casualidad, se convertirá en la forma en que la expedición distribuirá la vacuna también en Asia.

Tras organizar las Juntas, que llevarían la vacuna hasta Texas y California, Balmis ponía rumbo al Pacífico con una tripulación renovada de otros 26 niños. En abril de 1805 la expedición llegaba a Filipinas, donde volvían a encontrarse con la oposición de las autoridades. Y en Filipinas debería haber terminado el viaje (allí se quedó Isabel Zendal con sus hijos), pero Balmis quería seguir vacunando hasta quedarse, literalmente, sin blanca.

Así el médico emprendía un nuevo viaje sólo con tres niños hasta Macao y Cantón, donde comenzó la expansión de la vacuna por el continente asiático. Al quedarse sin dinero, Balmis se vio obligado a pedir un préstamo para volver a Lisboa, lo que no le impidió dejar alguna vacuna en la isla de Santa Helena.

El siete de septiembre, Francisco Balmis entraba en Madrid, y lo hacía con un gran recibimiento por parte del Rey, y no era para menos: España había completado la primera misión humanitaria, además de poner el primer jalón para erradicar, en 1980, una de las enfermedades más mortales de la Historia.

Samuel Román