El fin del Imperio donde no se ponía el Sol

Se cumplen doscientos años del final del proceso de independencia en Latinoamérica

“Majestad, vos poseéis un Imperio en el que nunca se pone el Sol”. Esta frase, pronunciada por Fray Francisco de Ugalde en una conversación con Carlos I, ha pasado a la Historia como la definición del Imperio Español, un conjunto de posesiones de la Corona Hispánica que llegaron a abarcar buena parte de Europa, América y Filipinas. Pero, como a todo gran Imperio, tras el periodo de auge y estancamiento, le llegó la decadencia, una decadencia de la que se están celebrando 200 años en este 2021.

En concreto, será en 1821 cuando abandonen la corona española los territorios de México, Perú, Florida y Centroamérica, para concluir un largo proceso que comenzaba muchos años antes. Así, hay que recurrir a la difusión de las ideas ilustradas, y, sobre todo, al triunfo de las Revoluciones Americana y Francesa, para entender lo que ocurre en los Virreinatos españoles durante el comienzo del siglo XIX.

España, que había colaborado activamente con las trece colonias norteamericanas, entendió enseguida que el fuego liberal podía extenderse a sus propios terrenos, y por eso Carlos III comenzó a preparar un proceso de descolonización que mantuviese los nuevos estados como países aliados. La intención del “mejor alcalde de Madrid” era dividir los territorios de Ultramar en cuatro grandes monarquías hereditarias, al frente de las cuales pondría a sus propios hijos, que mantendrían una relación comercial preferente con la exmetrópoli. La intención de España era adelantarse al surgimiento del nuevo mundo liberal-capitalista aprovechando su situación de control de buena parte del mundo.

Pero el Motín de Aranjuez, y las abdicaciones de Bayona tumban por completo el proceso iniciado por los Borbones. La llegada de José Bonaparte sienta fatal en Latinoamérica, que teme que los principios de la Revolución Francesa acaben con los privilegios de los criollos. Enseguida la Guerra de Independencia que comienza en Madrid un 3 de mayo llega al otro lado del océano, obligando al Gobierno de Bonaparte a librar una batalla para la que no estaba preparado. Los liberales comienzan a constituir Juntas de Gobierno por toda la Península que no tardan en extenderse a Latinoamérica, y que culminan con la convocatoria de las Cortes de Cádiz en 1812.

Sin embargo, la decisión de los peninsulares de dar sólo la mitad de representación a los ultramarinos (dos representantes de cada Junta de Gobierno de la Península, frente a uno por Virreinato en las colonias) desata la indignación. Los primeros en plasmarla sobre el papel son Venezuela, Cartagena en Colombia y Quito, que no esperan ni a la proclamación de la nueva Constitución, declarando la Independencia. En 1813 serán Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina y Bolivia), las Misiones Guaraníes (Paraguay), y América Septentrional (México) los que se declaren libres.

El regreso de Fernando VII al trono calma los ánimos, pero por poco tiempo, pues al comprobar que el “Deseado” no va a respetar el autogobierno que se habían dado los nuevos países se radicaliza el conflicto, convirtiéndose lo que eran movimientos pro antiguo régimen en movimientos independentistas. Lo que no cambia es el nombre que se dan los sublevados, pues seguirán siendo “patriotas” frente a los “realistas” defensores del gobierno español.

En paralelo al comienzo de las guerras continúan las declaraciones de Independencia, con la de Uruguay en 1815, Argentina en 1816, Chile en 1818, la Gran Colombia (Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) en 1819 y Ecuador en 1820.

Sin embargo, a diferencia de las proclamaciones del periodo de la Guerra de Independencia, las de la Restauración serán muchos más cruentas. España no reconoce la independencia de ninguna de sus colonias, y Fernando VII no duda en enviar tropas para sofocar los conatos de rebelión. Así surgen las tres grandes figuras de la independencia latinoamericana: Agustín de Iturbide, en México; Simón Bolívar en Venezuela; y José de San Martín en Argentina.

No obstante, será otro giro en la historia política del convulso siglo XIX español el que decante la balanza. En 1820 el General Riego, al frente de uno de los Batallones que debían partir a sofocar la rebelión en las Indias, da un golpe de Estado contra el régimen de Fernando VII. El pronunciamiento enseguida se extiende por toda la Península, obligando al Rey a jurar la Constitución de 1812. Esta debilidad interna de España es aprovechada por los movimientos independentistas para darle la estocada final al Imperio Español. El 22 de febrero de 1821, España culmina las negociaciones con Estados Unidos iniciadas dos años antes para vender Florida. En concreto, España renunciaba a cualquier derecho sobre los que fueron sus territorios más allá del paralelo 42, esto es, Oregón, Florida, Luisiana y el Mississippi. A cambio, Estados Unidos cedía el control de Texas a los españoles, además de pagar cinco millones de dólares. Pero el pago americano jamás se produjo, ya que Estados Unidos alegó que, justamente cinco millones, era el coste de la deuda que mantenía la Corona Española con la nueva nación.

La pérdida de Florida sentó como un auténtico mazazo a los pocos defensores de Fernando VII que quedaban en Latinoamérica, lo que desencadenó toda una serie de declaraciones de Independencia pocos meses después.

El 12 de julio, José de San Martín llegaba a Lima, capital de un Perú abandonado por el Virrey tan sólo cinco días antes. Enseguida los limeños comienzan a trabajar en una Constitución que se aprueba el día 15 y se proclama el 28.

El 15 de septiembre Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua firman el llamado Acta de Independencia de Centroamérica por el que rompen toda relación con la corona española, adscribiéndose al nuevo Imperio Mexicano que está creando Agustín de Iturbide. Dos años después, cuando Iturbide decida abandonar el Gobierno de México, se convertirán en Estados independientes.

El 27 de septiembre el Ejército Trigarante de Iturbide entra en Ciudad de México, y un día después firma el Acta de Independencia de México, que se convertirá en Regencia durante dos años, antes de pasar a ser República Federal.

Por último, el 28 de noviembre Panamá firma su acta de Independencia, abandonando el control de la monarquía española, y pasando a formar parte de la Gran Colombia de Simón Bolívar. La configuración final de Latinoamérica llegará en 1824, cuando Bolivia se escinda de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

A pesar de que, de facto, y con el apoyo internacional, las excolonias ya eran países independientes, habrá que esperar a la muerte de Fernando VII y la regencia de María Cristina para que España comience a firmar Tratados de Reconocimiento y Amistad con el resto de países, un largo proceso que terminará, ya con Alfonso XIII en el poder, en 1904, pocos años después de que España pierda sus últimos territorios ultramarinos, Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898.

Samuel Román
eltelescopiodigital.com