Galdós, el cronista del pueblo de Madrid

Se cumplen cien años de la muerte del mejor novelista español tras Cervantes

Si un virus desconocido no hubiera cambiado para siempre nuestras vidas, este 2020 hubiera estado lleno de actos para reivindicar la figura del novelista más grande de las letras españolas desde Cervantes, pues se cumplen cien años de la muerte en Madrid de Benito Pérez Galdós.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1843, Galdós llegaba a la capital en 1862 para matricularse en la Universidad. Participar en la Noche de San Daniel, en que el gobierno de Narvaez cargó contra los universitarios que se manifestaban pacíficamente tras la destitución de su rector por publicar un artículo contra la Reina dejando cerca de cien muertos en las calles de Madrid, le llevará al periodismo, donde será cronista del motín de San Gil, que, a pesar de fracasar, precipitará la caída de O´Donnell; la expo de París de 1867; y la revolución de 1868, que le pilla volviendo de París y le obliga a abandonar el barco que debía llevarle a Canarias para dirigirse a Madrid justo a tiempo de ver la entrada victoriosa de Serrano y Prim en la capital.

Lógicamente todos estos hechos del convulso siglo XIX son el germen que le llevará a escribir los “Episodios Nacionales”, una crónica novelada del siglo a través de los ojos de españoles que viven los acontecimientos históricos desde su vida cotidiana. Los 46 episodios abarcan desde la guerra de la Independencia hasta el final de la I República y la Restauración Borbónica, si bien la obra quedó inconclusa después de que el escritor perdiese la vista. En concreto, la intención de Galdós era terminar su obra contando la pérdida de Cuba, la regencia de María Cristina y la llegada al poder de Alfonso XIII.
Su viaje a París le descubre la obra de Honoré de Balzac, que encaminará sus pasos a la novela. La “Fontana de Oro” contiene muchos de los rasgos que caracterizarán los Episodios Nacionales. Hasta 1872 Galdós escribe como cronista, novelando la vida cotidiana del Madrid que descubre desde su piso del Barrio de Salamanca, pero en ese año comienza a conocer la novela naturalista que llega de Francia durante un verano que pasa en Santander. A su vuelta, comienza a transformar su estilo publicando en 1881 “La Desheredada”, una novela muy criticada por sus compañeros literatos, pero que abrirá la puerta al Galdós más popular. Así nacen las “Novelas Españolas Contemporáneas”, un ciclo similar a los Episodios que busca novelar el día a día de los españoles de la segunda mitad del XIX, al estilo de la magna obra de Balzac “La Comedia Humana”.

Ambientadas en Madrid, y con personajes que se repiten en distintas obras, las Novelas Contemporáneas alcanzarán su cénit con la que que está considerada mejor novela realista de Europa: Fortunata y Jacinta.

Pero Galdós no sólo fue periodista y novelista, si no que, en 1886, encontró un nuevo escenario que observar para novelarlo: el Congreso de los Diputados. Galdós entra en política de la mano de Sagasta, que le convierte en Diputado por la circunscripción portorricense de Guayama. En 1910 llegará a fundar su propio partido, Conjunción Republicano-Socialista, que se convertirá en tercera fuerza política del país.

Benito también hará sus pinitos en el teatro, una afición que le costará cara. Desde muy joven había escrito obras menores, y consiguió algo de éxito llevando al teatro alguna de sus novelas de los Episodios y las Novelas Contemporáneas, pero serán dos adaptaciones de textos griegos las que generen una fortísima polémica: Electra y Casandra.
En medio del escándalo del “Caso Ubao” (la familia de una novicia demandó al convento donde ingresó alegando que sólo buscaban la millonaria herencia de la joven. El juzgado de Primera Instancia falló a favor de la Iglesia, pero el Supremo, que vio un fuerte encontronazo entre Salmerón y Maura, anulaba la resolución permitiendo salir a la chica de la orden religiosa), Galdós actualiza el mito de Electra contando la historia de una joven recluida en un convento.

La polémica fue tal que la mismísima María Guerrero se negó a representar la obra en su teatro, estrenándose finalmente en el Teatro Español de Federico Balart. Lógicamente, la expectación ante el estreno era mucha, y la gran mayoría del mundillo literario madrileño, con buena parte de la Generación del 98 a la cabeza, acudió al mismo. Cuentan las crónicas que, tras un larguísimo aplauso tras caer el telón, los literatos llevaron a hombros a Galdós hasta su casa de la calle Hortaleza en una improvisada procesión laica. La guerra entre bandos no había hecho más que comenzar: Electra arrasaba en medio mundo, mientras los Obispos escribían cartas declarando que ver la obra era “pecado mortal” y trataban de prohibir la representación en sus diócesis.

Nueve años después, Galdós vuelve a montar una enorme polémica con otra obra de teatro estrenada justo tras la caída del gobierno Maura por los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona. Casandra cuenta la historia de una chica que decide matar a una marquesa, la madre de su amante, que había decidido cambiar el testamento para desheredar a su hijo y entregar todo el dinero a la Iglesia. La obra monta una polémica similar a la de Electra, aunque esta vez con tintes mucho más políticos, al ser vista como la victoria del pueblo contra la casta. Al igual que había ocurrido con Electra, Casandra se convierte en un éxito internacional.

La venganza del sistema no tardaría en llegar: en 1912 los poderes conservadores maniobraron para evitar que Galdós consiguiese el Premio Nobel de Literatura, que tenía prácticamente seguro. Para evitarlo, propusieron a Menéndez Pelayo y montaron una enorme polémica, que provocaba que la Academia Sueca optase por darle el premio a Gerhart Hauptmann.

Una polémica con su editorial, que acabaría por provocar que se autoeditase las novelas; la protesta del mundo de las letras por su entrada en la Academia; y su romance clandestino con Emilia Pardo Bazán provocaron que Galdós pasase más tiempo en las páginas de los periódicos que escribiendo para ellos.

Galdós pasó sus últimos años solo y arruinado (lo que ganaba vendiendo novelas lo reinvertía en editar otras). Pues el escritor fue perdiendo paulatinamente la vista a causa de unas cataratas. Galdós seguía escribiendo para sobrevivir, mientras Madrid se preparaba para rendirle un gran homenaje en forma de escultura. El 20 de enero de 1919 el propio Galdós descubría la efigie que aún hoy permanece en el Retiro, y pedía que le alzasen para poder tocar la piedra, ya que no podía verla. Según los diarios, Galdós lloró al comprobar el parecido de la obra con su fisonomía.

El 13 de octubre de ese mismo año sufrió una crisis de uremia que le dejó postrado en la cama hasta el 4 de enero, día en que fallecía con un terrible grito que despertó a todos los que vivían en el hotel de su sobrino en el que pasó los últimos años. Tras su muerte, el Rey decretó honores de Estado y su féretro protagonizó una última comitiva muy distinta de la que le acompañase veinte años antes en su noche de más gloria. 20.000 madrileños lloraron la muerte del novelista que mejor había retratado la idiosincrasia del pueblo en un largo camino que unió el Ayuntamiento de Madrid, donde se instaló la Capilla Ardiente, con el Cementerio de la Almudena en la fría mañana del 5 de enero de 1920. •

Samuel Román